En España tradicionalmente se recuerda de forma especial a los familiares y amigos difuntos a principios de cada mes de noviembre y se suelen colocar flores en las tumbas de los que ya no están entre nosotros.
Esa conmemoración reviste una mayor importancia en los pueblos y pequeñas ciudades, donde el olvido de ese recuerdo puede dar lugar a comentarios incómodos acerca de la familia del difunto. Incluso se podría afirmar que, en ocasiones, existe una soslayada rivalidad entre vecinos por mantener la tumba familiar en las mejores condiciones durante esas fechas tan señaladas.
Una creciente carencia de espacio en los cementerios de las grandes ciudades españolas ha llevado a la creación de columbarios o nichos donde se colocan los ataúdes, aunque últimamente existe una tendencia creciente a incinerar los restos del difunto y conservarlos en una urna funeraria que, en ocasiones, se conserva en el domicilio familiar. Se estima que la cantidad de cenizas que quedan después de la incineración de un adulto oscila entre los 3 y 3,5 litros.
La tradición de enterrar a los muertos ya era una práctica común desde las antiguas civilizaciones egipcia, griega y romana. El cementerio más antiguo de España se encuentra en Ampurias (Gerona) y fue utilizado por los griegos desde el siglo VI a.C. y posteriormente por los romanos a partir de 218 a.C.
En los cementerios de todo el mundo las tumbas suelen rivalizar en tamaños y estilos, según la capacidad económica de la familia o la importancia del personaje en la historia del país. En España existen más de veinte cementerios históricos y singulares que están incluidos en la Ruta Europea de los Cementerios. En ese itinerario cultural, elaborado por el Consejo de Europa, además de las tumbas de muchos personajes famosos, se señalan esculturas y monumentos funerarios curiosos, bellos y sorprendentes. Se trata de un circuito de arte distinto que tiene gran aceptación y entre los cementerios españoles mencionados destacan los ubicados en Madrid y Barcelona.
Creado en 1884, el de La Almudena (Madrid) es uno de los cementerios más grandes de Europa, con 120 hectáreas de extensión y más de cinco millones de sepulturas. Cuenta con varios recintos, incluido un cementerio hebreo. Sus numerosos panteones, capillas y monumentos funerarios ofrecen muestras artísticas de estilos muy diversos: neogótico, neoclásico y neorromántico junto a estilos más modernos. Varias empresas turísticas organizan rutas y visitas para conocerlo.
Cataluña es la región con más cementerios incluidos en esta singular ruta europea. En total son diez, en los que destaca principalmente el estilo modernista. Muchos ofrecen visitas guiadas para conocer su patrimonio cultural. Uno de ellos se encuentra en Barcelona ubicado en la montaña de Montjuic, cercana al puerto, en el que junto a grandiosos mausoleos puede verse la mayor colección de carrozas fúnebres de Europa. A poca distancia de la capital de Cataluña se encuentra el cementerio modernista de Lloret de Mar (Gerona), construido en 1902 (ver imagen supra), donde se encuentran enterrados en el panteón familiar algunos de mis antepasados.
Existen curiosas leyendas y anécdotas sobre personajes famosos en relación con su último destino. Por citar solo dos de ellas: es un hecho conocido que a raíz de su fallecimiento circuló la noticia de que el cuerpo de Walt Disney (1901-1969) se conservaba en una cámara refrigerada a una temperatura muy baja con objeto de lograr su conservación en espera de una futura reanimación, cuando en realidad fue incinerado, colocándose sus cenizas en una urna metálica que está enterrada a dos metros de profundidad en el cementerio Forest Law Memorial Park de Los Angeles en las proximidades del pequeño jardín que rodea el Mausoleo de la Libertad. Otra de las leyendas se refiere a Grouxo Marx (1890-1977): la inscripción que figura en el nicho del columbario donde reposan sus cenizas indica, junto a su nombre, las fechas de nacimiento y defunción presididas por una estrella de David, en alusión a su condición de judío. Es evidente que la famosa frase "Perdonen que no me levante", que se le atribuye señalando el citado nicho, en realidad no ha existido nunca (1).
Uno de los desafíos que afrontan las personas que han perdido a un ser querido es vivir la ausencia que produce su partida. En particular, las personas que han dedicado una etapa importante de sus vidas a cuidar a un enfermo suelen decir que, cuando fallece, de pronto se sienten solas. Sucede que habían moldeado su vida en torno a los cuidados del otro y se habían acostumbrado, incluso sin quererlo expresamente, a esa forma de vivir, acompañándole siempre.
Al surgir la ausencia más o menos vaticinada, más que un sentimiento de dolor o alivio, lo que experimentan es un inmenso vacío, un no saber qué hacer. Quedan desconcertadas por un tiempo más o menos largo, en función de las posibilidades que se les ofrecen de volver a interesarse por las cosas que tuvieron que dejar de lado.
La enfermedad compartida es una forma de sabiduría que nos sitúa en contacto con los demás y facilita el acercamiento a la realidad exacta de las cosas. Cuando observamos en algunos jóvenes egocentrismo e indiferencia frente al sufrimiento de los demás, tenemos que pensar que han vivido poco y, sobre todo, no han tenido tiempo de experimentar el padecimiento propio y comprender el ajeno.
Si miramos a nuestro alrededor veremos que existen personas con una atrayente personalidad, que en muchos casos han sido marcadas por el dolor. La búsqueda de algún sentido al sinsentido del sufrimiento provoca el desarrollo de un perfil humano más humano y sensible.
En todo caso, no se trata de hundirnos en la pena, sino de llegar a comprender que nuestra existencia como persona física tiene un inicio que todos conocemos, y nos espera un final del que ignoramos la respuesta a tres inquietantes interrogantes: ¿dónde? ¿cómo? y ¿cuándo?
La mayoría de las religiones vislumbran la eternidad como el último destino del ser humano. Entre los ritos funerarios de las diferentes civilizaciones en la antigüedad, los griegos depositaban en la boca del difunto una moneda de cierto valor con objeto de que pudiera pagar su viaje a la eternidad, cuya veracidad ha quedado confirmada por los hallazgos arqueológicos, aunque existen algunas dudas sobre la finalidad perseguida. Ese ritual conocido como "el óbolo de Caronte" se suponía que era el pago que debía realizarse a Caronte, el barquero que transportaba a las almas a través del río que dividía según sus creencias el mundo de los vivos del de los muertos.
Si los griegos milenarios tienen razón, resulta curioso que tengamos que estar pagando después de muertos, y me planteo irónicamente si sería aceptable en la actualidad una tarjeta de crédito colocada en su sitio para cumplir con ese requisito.
Así es la vida.
(1) Nieves Concostrina, Polvo eres, Ed. La Esfera de los Libros, Madrid 2008, págs. 243-244.
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Albert! Esta vez tu blog está ¡de muerte!. Permíteme está broma tonta, pero me ha recordado que el sentido del humor ha sido siempre un modo de acercarnos a éste asunto q tanto nos perturba, y que no deja de formar parte de la vida, eso sí, el último acto.
ResponderEliminarSiempre aciertas con tu mirada y está vez, nos describes con línea sencilla, los aspectos cotidianos que la rodean.Me encanta tu observación respecto los jóvenes.un abrazo
Buenas tardes:
ResponderEliminarEntrañable, eruditisimo y profundo.
Un fuerte abrazo
Alfonso Iñigo
Interesantes tus reflexiones Alberto, no se tu, yo voy poco o nada por estos sitios, pero de niño si recuerdo haberme saltado la tapia o puerta, con algún atrevido compi ,para ver los "fuegos fatuos" que , por cierto, nunca vimos. La última vez que estuve en uno, fue en el de Carabanchel y me sorprendió mucho ver una familia gitana sentada al rededor de una mesita plegable, tomándose un tentempié y entonando un polo, caña, seguidilla, martinete o lo que fuere... ¡Ah! también vi un par de pomposas lápidas chinas.... luego los chinos también mueren en Madrid, no los hacen chop suey, como se cree popularmente.
ResponderEliminarRespecto al como donde y cuando ... El "como" , será similar a una anestesia general, de las que todos habremos experimentado alguna y el "cuando" .... pues, aunque no tengamos la fecha justa, si podemos arriesgarnos a dar un abanico de tiempo,y es en tu caso y el mío, de aquí a un máximo de 25 años ¿no?..... siendo la leche de optimista; respecto al "donde"... en este planeta, no estamos para grandes viajes .
Como siempre, apúntate otro abrazo, que espero darte personalmente antes del "cuando"
El tema elegido me parece evocador y cargado de emociones. Coincido en muchas de tus apreciaciones, que a tantos nos ha tocado vivir y sentir de cerca, pero tu tienes la habilidad de saber expresarlas de una forma atrayente, apropiada y aportando siempre un punto divertido.
ResponderEliminarCada vez te vas superando más. Un abrazo. María Jesús
Me permito recomendar la visita al cementerio de Reus, incluido por National Geographic como uno de los más bellos de España.
ResponderEliminarLa única certeza que tiene un ser vivo en tanto que nace, es su pronta o tardía muerte. Sin embargo, lejos de vivir la muerte como la oportunidad de vivir plenamente está vida, le damos la espalda con temor, fingiendo que nos es ajena. Integrarla con naturalidad es saber vivir con sabiduría.
Por motivos de salud he acudido con retraso a la cita de tu blog, qué tan puntualmente editas cada día 15. Muy curiosa la anécdota del óbolo de Caronte, que desconocía. Siempre se aprende algo leyéndote
ResponderEliminarMuy interesante artículo, como es habitual. Con datos precisos, reflexiones muy sugerentes y referencias históricas y culturales, que tanto se agradecen.
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