Notas al margen - Alberto Sala Mestres
15 de mayo de 2022
Hubo un tiempo lejano en que la juventud tenía cierta tendencia a ubicar sus relaciones de amistad -y a veces sus encuentros sentimentales- en lugares determinados, no siempre por decisión propia ya que muchas veces la inercia propia de la edad aceptaba una costumbre familiar establecida. Incluso las celebraciones religiosas eran motivo entonces de encuentros fortuitos que, reiterándose, configuraban una relación entre amigos y en ocasiones un noviazgo que terminaba en boda.
Lo mismo sucedía con las playas y los balnearios que se frecuentaban sobre todo en verano, en un ambiente distendido que favorecía los contactos entre los jóvenes, conformando un escenario idóneo para los primeros escarceos de la adolescencia. Así ocurría en el Casino, junto a la hermosa playa en forma de concha. Allí, muchos ahora abuelos aprendieron a bailar bajo la sombra de los almendros que configuraban la rotonda situada en el espigón, al lado de la rectilínea fachada del edificio principal orientado al mar.
Las tardes de los sábados un grupo de jóvenes iniciaba una tímida relación al ritmo de la música, entre sorbos de gaseosa teñida con jarabe de granadina, en el transcurso de un guateque que contaba con la presencia de algunos padres y madres que hablaban entre ellos siguiendo con disimulada atención los movimientos de sus vástagos. El encargado de la música, que siempre era el mismo personaje, intercalaba en la platina del tocadiscos con parsimonia los añorados discos de 45 r.p.m. y a veces alguien aportaba por sorpresa para deleite de todos el último disco de moda.
En contadas ocasiones se organizaban fiestas muy concurridas amenizadas por una orquesta. A la pista de baile siempre cercana a los veladores, acudía un publico formado principalmente por los padres y hermanos mayores con su novias, en compañía de aquel otro grupo más joven que frecuentaba los guateques de los sábados por la tarde. Sucedía entonces que la distracción que la fiesta suscitaba favorecía la complicidad de los más jóvenes, y surgían las primeras parejas compartiendo leves caricias, el deseado contacto esporádico de las manos bajo la mesa e incluso la concesión inesperada de un beso que se recordaría toda la vida.
Recientemente visité la rotonda de los almendros; se iniciaba la primavera y volví a mirarlos detenidamente, observé sus troncos, detecté alguna rama rota y contemplé el reverdecer de las hojas de los árboles, ya muy crecidos, que por un instante me parecieron el reflejo de mi propia vida. Aspiré hondamente el perfume de la flor del almendro, recordando esas vivencias cuando, de improviso, imaginé volver a sentir en mi cara el suave roce de una mejilla adolescente y agradecí haber sido joven en aquel tiempo y lugar.
Qué recuerdos de la adolescencia de aquella época. Me ha hecho sentirme con 15 añitos de nuevo. Gracias por sacarlos a la luz de nuevo.
ResponderEliminarMuy buen comentario
ResponderEliminarDelicioso, sentimental y maravilloso
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Mercita Florez
ResponderEliminarHe vuelto a vivir aquella juventud tan maravillosa con tus tan acertados comentarios y me parece estar viendo El Patio de los Almendros. Gracias Alberto
De nuevo me sorprende lo bien que escribes, Alberto. Me haces compartir vivencias, que aunque no similares, me evocan también mi adolescencia y la fuerza de esos amores platónicos. Sigue con tus relatos, y quien sabe, quizá te animes con una novela. Saludos, María Jesús
ResponderEliminarEnvidia siento por comentarios como este, Alberto. Yo que salí de Cuba de 14 años, no disfruté ni esas experiencias, ni esos bailes, ni esos almendros. Fue llegar a un exilio en el que, aunque no nos faltó nada, de pronto si nos faltó todo: la Patria lejana y la familia. Pero si recuerdo los bailecitos en mi casa con un tocadiscos de uso de los años 30 que había que darle con el dedo al plato, y 2 LP que era todo el repertorio de la muchachada del barrio en Miami. Por todo doy gracias a Dios. Felicidades por su sentido escrito y remembranzas de tiempos pasados.
ResponderEliminarHaces unas reflexiones muy interesantes y evocadoras. Sigue compartiendo recuerdos
ResponderEliminarSigue compartiendo vivencias, en este caso tan evocadoras.
ResponderEliminarMe ha alegrado leer tu escrito pues hasta pocos días antes de salir iba por allí A ver si nos vemos cuando pase por Madrid.!!!
ResponderEliminarQue bonito Alberto!!! Seguro q todos hemos pasado por esas emociones aunque fueran en otros ámbitos. Un abrazo
ResponderEliminarGracias, Alberto, por hacernos revivir nuestra juventud. Me figuro que yo entonces formaba parte del grupo más joven de los guateques -palabra hoy en desuso y que describe tan bien los años 60 y 70- dado que nos llevamos siete años tú y yo. Lo que me ha llegado al alma es la descripción de lo que bebíamos entonces, gaseosa teñida de sirope de granadina. ¡Eres un genio, Alberto!
ResponderEliminarAlberto que bonitos recuerdos. Compartí algún q otro guateque, aunque en mi época ya no estaban los padres alrededor controlando q nadie se fuera de madre, sin embargo, en los guateque de mi hermana mayor q yo 7 años, todo era como lo describes. Yo, enana entonces curiosear entre ellos descubria un mundo ajeno aún para mi. Más tarde comprobé que el escenarios era otro pero las emociones las mismas. Siempre aciertas en tus descripciones. Genial Alberto
ResponderEliminarSiempre es un placer leerte y en esta ocasión, además, nos retrotraes a tiempos de juventud que ya no volverán pero que siempre son agradables de recordar
ResponderEliminarA mi , como a todos, también me pasa...... esto se acentúa con la edad, aunque no queramos reconocerlo, son cosas de viejos, que tu cuentas muy bien claro. Hace poco un olor ( no tengo covid) un momento y un lugar , me transporto a mis 15 años, fue en las tapias de un convento Carmelita de clausura, donde por una grieta se podía observar el huerto /jardín donde las monjas hacían su rutinaria vida; esto lo observába, casi a diario, junto con una amiga de mi hermana con la que coincidíamos los veranos... eso daba al momento algo especial (ahora se diría que nos ponía) y confieso que hubo algo más que roces de mejillas, pero no mucho mas. Desde luego el lugar no era comparable a ese que comentas cerca de la concha. Por cierto Alberto, te ánimo a mojarte y que cuentes, con más detalle , esos guateques y quedadas en la rotonda .
ResponderEliminarMaravilloso Alberto, me entusiasman tus blogs y éste, concretamente, me ha traído muchos recuerdos maravillosos de esa época. Muchas gracias, compañero.
ResponderEliminarMuy buena descripción de aquella época, yo no viví mi adolescencia así, nuestros guateques eran "más libres", pero películas que he visto reflejan con la misma veracidad lo que nos cuentas aquí. Cómo siempre, un placer leerte Alberto .
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