A través de mi hermano Antonio, compañero en el Conservatorio Carlos Alfredo Peyrellade de Alfredo Munar (1930-2017) y esposo de Ana María Fernández (1914-2006), conocía desde mi adolescencia la existencia de esa destacada bailarina española que, aunque poco conocida en España, cosechó grandes éxitos en los Estados Unidos y en Hispanoamérica.
Siendo muy joven Ana María emigró a Francia en 1939 y se estableció en Cuba dos años después donde fundó una Academia de Ballet con su nombre. En 1942, actuando como solista junto a su compañía de ballet, representó en el Teatro Auditorium de La Habana El sombrero de tres picos, con música de Manuel de Falla y coreografía propia adaptada de la original de Léonide Massine. La estancia de seis años en Cuba de Ana María fue un aporte importante para la formación de un ballet cubano, que surge en 1948 en el marco de la Sociedad Pro Arte Musical y el impulso de los hermanos Fernando, Alberto y Alicia Alonso.
Con el apoyo del empresario norteamericano de origen ruso Sol Hurok, Ana María ocupó un lugar destacado en los escenarios de los Estados Unidos con su Ballet Español del que fue su directora y primera figura. El auge de su carrera artística se sitúa en el período 1948-1962, época en la que recorrió todo el territorio norteamericano y varios países de Hispanoamérica, visitando también España en varias ocasiones actuando entre otros escenarios en el Teatro Lope de Vega (Madrid).
Una curiosa anécdota tiene lugar en 1948 en el cóctel ofrecido tras la representación de El amor brujo en el Carnegie Hall de Nueva York. Según me contó años después la propia Ana María, en el cóctel ofrecido al concluir el citado estreno se encontraba Salvador Dalí, que pasaba una temporada en Nueva York en esas fechas. En el curso de una animada conversación en presencia del empresario Sol Hurok, Dalí le ofreció a Ana María realizar el decorado para una futura representación de El sombrero de tres picos (1), ballet que formaba parte del repertorio de la compañía.
El proyecto se puso en marcha y Dalí realizó los bocetos y dibujos de la escenografía que fueron ejecutados en los talleres de E. B. Dunkel en Nueva York, bajo la supervisión e intervenciones puntuales del artista catalán. Los decorados y el vestuario se estrenaron en una única función que tuvo lugar en el Zeigfield Theater (Nueva York) en 1949 (2).
En la década de 1980 los citados decorados y vestuario que se encontraban en buen estado se restauraron con vistas a su venta. Los decorados fueron adquiridos por el coleccionista Max Lahyani, que reside en Suiza, y las piezas del vestuario que se pudieron recuperar pasaron a manos del coleccionista francés Jean Pierre Grivory.
La figura de Ana María merece sin lugar a dudas el reconocimiento de haber realizado una labor de auténtica pionera, dando a conocer la música y la danza de España en los Estados Unidos y en Hispanoamérica. Valorando, quizás tardíamente, su excepcional trayectoria artística las autoridades españolas le otorgaron en el año 2003 el Lazo de Dama de Isabel la Católica, condecoración que conservaba sobre una mesilla en la entrada de su amplio apartamento cercano a la bahía de Miami.
Junto a mi hermano Antonio, tuve ocasión de verla por última vez en septiembre de 2004, ya nonagenaria. Sentada en el sofá del salón de su domicilio, con la cabeza erguida y una mirada transparente, me sorprendió que a pesar de su delicado estado de salud conservaba una memoria prodigiosa, rica en experiencias y acontecimientos vividos a lo largo de su vida que relataba despacio, acompasándolos lentamente con los gestos de sus manos.
Su esposo Alfredo Munar nos brindó esa tarde, como colofón al emotivo encuentro, un mini recital de piano con piezas del compositor cubano Ernesto Lecuona, del que era un gran intérprete.
(1) El ballet en dos cuadros, con música de Manuel de Falla, se estrenó en Londres en 1919. En todos los programas figuró durante décadas Gregorio Martínez Sierra como autor del libreto basado en la novela del mismo título de Pedro Antonio de Alarcón. No fue hasta el fallecimiento de Martínez Sierra, en 1947, cuando se dio a conocer que su mujer María Lejárraga (1874-1974) había sido en realidad la autora de ese texto.
(2) Lynn Garafola, Legacies of Twentieth Century Dance, Wesleyan University Press, Connecticut, págs. 277 - 287.
Muy interesante como siempre.
ResponderEliminarEres un gran nadador vales mucho un abrazo
EliminarBuenos días Alberto:
ResponderEliminarDocto, franco y afable, como siempre encantador, recupero al leerte el placer de la lectura .
Un abrazo
Alfonso Iñigo
Recuperando recuerdos, recuperas la memoria de personajes para el público general, como en éste caso, de esta bailarina española que en otros tiempos más difíciles dejó su estela internacional. Tu curiosidad levanta los celos de nuestra ignorancia. Gracias Alberto, como siempre nos cautivas.
ResponderEliminarQué suerte haber conocido a gente tan interesante. Tus recuerdos les hacen revivir y se convierten en un homenaje a su figura.
ResponderEliminarEres un pozo de sabiduría. De nuevo gracias. Un abrazo. María Jesús
Alberto, sin duda eres algo especial, ya en tu adolescencia tenías alguna relación con el ballet clásico, yo en esa época no había oído hablar ni de la Pavlova y creo que en mi vida habre visto 3 espectáculos de estos, aunque recuerdo vagamente que mi hermana tomaba clases de ballet con esas zapatillas que se ataban y que tenían la punta plana.
ResponderEliminarMe sigue maravillando ver la cantidad de gente interesante que has conocido, gracias a estos generosos recuerdos tuyos también me dan la oportunidad de acercarme a ellos, la pena es que a muchos de ellos no vas a poder presentarmelos
Un abrazo
Bueno, bueno, Alberto. ¿Pero hay alguna figura mundialmente famosa que no hayas conocido?. Como siempre un relato muy bien construido y ameno. !!! Gracias por compartirlo con nosotros !!!. Un abrazo 🤗
ResponderEliminarComo siempre, y a través de tus vivencias q lo hace mas atractivo y cercano, un mas q interesante articulo recordando a esa figura española y universal y tan olvidada en España . Gracias
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