Notas al margen - Alberto Sala Mestres
15 de junio de 2023
Mi familia emigró a Filadelfia al inicio de la década de 1960 y dos años después, en 1962, realicé mi primera visita a los Estados Unidos para reencontrarme con mis hermanos mayores. En aquella época el vuelo Madrid-Nueva York duraba más de diez horas con una escala en las Islas Azores. No había entonces ninguna distracción a bordo, salvo la lectura personal, si nos acordábamos de llevar algún libro o revista y fumar a bordo. Las comidas las servían azafatas (no había personal masculino en la cabina) que se vestían en la mayoría de los casos con un elegante uniforme, gorra y guantes; los platos del menú, en el que estaba impreso la fecha y número de vuelo, se asemejaban a los que se servían en los restaurantes pero en menor cantidad, presentándolos en bandejas individuales con una amplia servilleta de tela a modo de mantel y vajilla de loza con vasos/copas de cristal, junto a otra servilleta individual de tela. En el aeropuerto la inspección manual del equipaje en la aduana norteamericana era mínima; después el pasaporte y su visado pasaban por un breve control personal.
Durante mi estancia en Filadelfia uno de mis hermanos me acompañó a visitar la ciudad de los rascacielos. Ese mismo año se había inaugurado la Torre de Madrid que, con 37 pisos y una altura de 142 metros, era el edificio más alto de España. En mi primer recorrido a pie por el centro de la ciudad de Nueva York, la mayoría de las veces mirando al cielo, me impresionó la altura de muchos edificios que duplicaban ampliamente el único que yo había conocido. Recuerdo que subimos en ascensor al Empire State Building (443 metros) donde desde los miradores ubicados en los pisos 86 y 102 se contempla una panorámica de la ciudad (como anécdota, en la actualidad el acceso a esos miradores cuesta 79 dólares). Después de la visita, bajando por la calle 42 (Este) llegamos a la Primera Avenida donde se ubica el edificio de las Naciones Unidas (ver imagen supra). Qué lejos estaba entonces de imaginarme que, cuatro años después, trabajaría en la sede de la ONU en Ginebra donde permanecí durante veintiún años como funcionario español de las Naciones Unidas.
Atardecía ya cuando al pasar delante de uno de esos grandiosos edificios de oficinas que existen en la ciudad pude ver a centenares de personas que salían a la calle al concluir su jornada laboral. En menor escala, era la misma imagen que la de los aficionados al fútbol cuando abandonan a la vez el estadio al concluir el partido.
Nueva York está compuesta por cinco distritos, llamados oficialmente boroughs: Manhattan, Brooklyn, Queens, Bronx y Staten Island. La isla de Manhattan se encuentra rodeada por los ríos Hudson, East y Harlem. Se accede en automóvil o transporte público al cercano estado de New Jersey a través del concurrido Lincoln Tunnel (1937) bajo el río Hudson.
En los Estados Unidos se utiliza el término efficiency para identificar a los apartamentos que tienen un espacio combinado para vivir y dormir; la mayoría tiene una habitación con un pequeño cuarto de baño separado y otro espacio para la cocina adjunto a la sala de estar. Un detalle que los identifica es un pequeño frigorífico ubicado debajo de la encimera de la cocina que solía tener entonces un par de fogones eléctricos (el microondas llegaría a utilizarse de forma generalizada una década después) adjuntos a un sencillo fregadero. En la década de 1960 el efficiency era el alojamiento más popular en Manhattan, donde se encontraban edificios completos contruidos con ese fin. Por supuesto, su alquiler era mucho más caro que su equivalente en Brooklyn, Queens o el Bronx.
Una película que refleja ese popular tipo de alojamiento es El apartamento (Billy Wilder, 1960), cuyo protagonista (Jack Lemmon) es un modesto pero ambicioso empleado de una gran compañía de seguros ubicada en Manhattan. Está soltero y vive solo en un efficiency que presta ocasionalmente a sus superiores para citas amorosas programadas, con la esperanza de que esos favores le sirvan para mejorar su posición en la empresa. La situación cambia cuando se enamora de una ascensorista (Shirley MacLaine) que resulta ser la amante de uno de los jefes que utilizan su apartamento. El mismo año de su estreno la película obtuvo cinco Oscars, entre ellos los de mejor película, director y guion original. La melodía compuesta por Adolph Deutsch se ha convertido en un icono musical (véase https://www.youtube.com/watch?v=eW_EeGATj2U).
Años después, ya en Madrid, me destinaron por un breve período a la Misión Permanente de España ante Naciones Unidas, y me alojé en un hotel cercano a la Tercera Avenida que disponía de habitaciones efficiency actualizadas. Los primeros días, de nuevo en Manhattan, me sentía como un discípulo de Jack Lemmon en la película citada, aunque ninguna ascensorista se cruzó en mi camino, a pesar de que en el edificio de las Naciones Unidas las había, también uniformadas.
Qué lectura tan agradable. Un viaje al pasado desde la perspectiva del presente. Una lectura de las que dejan una sensación amable de la vida. Enhorabuena.
ResponderEliminarCosmopolita, delicioso y personal, como siempre encantador
ResponderEliminarMuchas gracias por compartirlo
Un fuerte abrazo
Alfonso Iñigo
Buen articulo como siempre, Alberto. El tema me toca la fibra sensible particularmente :) Mi hija q acaba de terminar Neurociencias en una universidad (le llaman liberal arts college) en Maine, se quiere quedar a trabajar en NY. Ella está viendo estudios o habitaciones en Brooklyn o en Long Island City en Queens. Manhattan cariiiisimo...
ResponderEliminarUn abrazo
Yo también viví en USA por esos años, del 68 al 70, muy cerca de Filadelfia y Nueva York, dos ciudades que me fascinaron. He vuelto después, pero mi Nueva York sigue siendo aquel en el que aún no existían las torres gemelas. Seguramente porque era muy joven...
ResponderEliminarComo siempre me ha parecido interesantisimo. Gracias a este breve relato, me he visto trasladada a una época y a un lugar que he vivido como si estuviera allí mismo, . María Jesús
ResponderEliminarEsta vez nos llevas al país del sueño americano, para nosotros entonces un ídolo a imitar inalcanzable. Bonito relato, real, personal y cinematográfico.
ResponderEliminarYa conectados por fin Alberto y nada mas y nada menos con tu ultima publicacion sobre NY. ciudad que tanto quiero- aclaro, solo para estar un par de dias- y marca hondamente mi niñez, adolescencia y ya mayorcita. Hasta la proxima. Lourdes
ResponderEliminarRecuerdo que, de niña, acostumbradas traerme postales de tus viajes...las cataratas de Iguazú, el edificio de las Naciones Unidas...y el Empire State, además de las Torres Gemelas! De pequeña siempre quise viajar, algo que la condición modesta (y la falta de interés?) de mi familia no hizo posible, por lo que esas postales que me obsequiaba adquirían un valor simbólico inimaginable: eran una ventana maravillosa a otros mundos, para mí desconocidos. Actualmente, este blog ejerce ese mismo papel y, como historiadora, no puedo menos que seguir sorprendiéndome por todo lo que has vivido.
ResponderEliminarComo siempre, muy interesante, gracias
ResponderEliminarComo siempre mas q interesantes tus recuerdos y vivencias, q a su vez nos muestran parte de la historia y un mundo sólo conocido por las películas. Gracias y siempre encantada de leerte y escucharte
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